Barcelona a veces se vuelve insufrible por la gran cantidad de turistas que hay en esta ciudad, tantos que el ayuntamiento se ha visto obligado a tener que pronunciarse con una moratoria a la apertura de nuevos establecimientos hoteleros para que la ciudad pueda crecer de una manera sostenible y razonaba con el medio ambiente. Es por esto que a veces, por mucho que nos guste, tenemos la necesidad de salir de nuestra ciudad. Y córdoba, especialmente por su Palacio de Viana, se ha convertido en uno de los destinos preferidos por todos, más si cabe por aquellos con ancestros andaluces, algo muy común en Cataluña.
Córdoba goza de una localización geográfica estratégica privilegiada. Está situada en el extremo suroccidental del continente europeo, cuya puerta de entrada por el norte es a través de Sierra Morena, el último eslabón con la meseta castellana antes de conectar con la depresión del Valle del Guadalquivir, que constituye una fosa alpina entre Sierra Morena y las cordilleras béticas. Así, Córdoba es una zona estratégica de comunicaciones y de contacto entre Europa y África, ya que se encuentra a menos de dos horas de cualquier punto de comunicación (aéreo, ferroviario, marítimo) dentro de la Península.
Y una vez que hemos llegado a esta tierra maravillosa con tanta historia rezumando de cada una de sus calles, qué es lo que no deberíamos perdernos.
Un poco de historia
Pues bien, empezaremos, como os decíamos antes, por uno de los lugares más bonitos de la ciudad, el Palacio de Viana, una casa señorial vinculada desde los siglos XV al XIX al señorío y posterior marquesado de Villaseca. Se trata de un lugar con una historia incalculable pero donde deleitar también nuestros sentidos, ya que nos transporta a otros tiempos no tan lejanos pero que no hemos vivido. El Palacio de Viana es único porque ofrece la posibilidad de visitar una casa nobiliaria vivida y descubrir una evolución de estilos arquitectónicos, artes decorativas y ambientes relacionados con la aristocracia. Adentrarse en su interior es una invitación para transportarse a otras épocas, conocer la evolución en sus formas de vida, en sus gustos y en el importante papel que ejercieron estas élites de poder a lo largo de la historia. Sus costumbres y gustos estéticos quedan reflejados en las magníficas colecciones artísticas del palacio: cueros y guadamecíes, azulejos heráldicos, arcabuces reales, tapices, pinturas, porcelanas, muebles de diversos estilos, piezas arqueológicas… Pero es que además, la visita se completa con uno de sus principales atractivos: los doce patios y el jardín, cada uno con una marcada personalidad que enriquece el paseo con los más variados sonidos, tonalidades y aromas.
Cómo no, si vamos a Córdoba no podemos tampoco dejar de visitar la Mezquita (Aljama), uno de los monumentos más esplendorosos de la etapa musulmana en todo Occidente. Su construcción fue iniciada cuando el omeya Abd-al-Rahmán constituye a Córdoba como capital de Al-Andalus en el año 785, sobre la planta de una antigua iglesia dedicada a San Vicente, y ampliada en sucesivas etapas por Abd-al-Rahmán II, Al-Hakam II y Almanzor. Ocupa un espacio de 24.000 m2, siendo su interior un auténtico bosque de columnas y arcos donde destaca el excepcional y admirable Mihrab con inscripciones del Corán en oro y ricos mosaicos. También acoge La Mezquita, desde el año 1523, a la Catedral cristiana, construida tras la reconquista junto a otras capillas laterales. Destaca el impresionante Retablo Mayor, el Retablo Barroco, la sillería del coro labrada en caoba, y el Tesoro de la Catedral compuesto por joyas de incalculable valor, entre las que destaca la Custodia de Arfe.
Otro punto emblemático que no nos podemos perder en esta provincia andaluza es el Castillo de Almodóvar del Río, a 22 kilómetros del centro, en la cima de un cerro. Es una fortaleza militar de origen árabe, que data del año 740, y que los árabes edificaron aprovechando una antigua edificación de épocas primitivas. Tuvo una gran importancia en la defensa de la ciudad de Córdoba por su situación estratégica dado que está situado sobre una colina de unos 200 metros junto al río Guadalquivir, que en esa época era navegable por pequeñas barcos de ribera.
Por último, destacar también la Fuente del Rey, un umbroso parque bordeado por álamos en cuya explanada se extiende la fuente del mismo nombre, organizada en tres estanques ligeramente escalonados cuyo curvilíneo perímetro jalona 139 caños de agua, los del nivel superior incorporados a mascarones. Bancos de piedra que siguen el perfil de los estanques invitan a sentarse sin prisas para rememorar, arrullados por el rumor de los caños, las bellezas de tan monumental ciudad. Detrás de la Fuente del Rey pervive su precedente, Fuente de la Salud.